Solución Drástica
al Drama de la Princesa
Sobre la torre de marfil se sienta la princesa. Balancea sus pies
infantilmente mientras llama al pájaro azul para que la
ayude a bajar de allí. Un nombre le tapa la boca con
violencia, ¡las manos de oxígeno si que saben cortar
los sonidos!
Con sus brazos va inventando un juego: cíclico y
tormentoso. Los seres otoñales le muerden los dedos y ella
presiente que el nudo que conforman las delgadas piernas de
él se desatará… Dios debe estar conmocionado
por tanto dolor, pues los anillos se le salen debido al fluir de
sangre de sus miembros roídos.
-Soy una princesa del reino desértico, con suelos
pedregosos, estériles.- mira por la ventana- Sus
habitantes tienen la piel erosionada por el viento y el rostro
cubierto de espinas y arbustos.- los barrotes dividen la imagen
en rectángulos- Soy princesa del pueblo de la
no-existencia, la cofradía de mayor vulnerabilidad que
vivió jamás…- todas las geometrías
del espacio son homólogas- el desgajado fruto del
árbol de Adán… el pie de la tierra hundido
en un lodazal.- se da vuelta repentinamente y observa con rabia
un mapa colgado de la pared- Soy princesa huérfana, ni
siquiera sé si mi linaje es de verdad o es tan sólo
una creación de mi mente.- escruta sus ojos en el delgado
cristal que la examina. Tiene mirada de tigresa- Pero yo quiero
ser princesa, princesa del quebrado terreno… soy princesa
porque me han encerrado en esta torre de marfil. No poseo un huso
de madera donde herirme, pero las rocas de los muros que me
enclaustran son sórdidas y deformes, me lastiman
más que lo que narran los cuentos de hadas… sin
embargo no caigo dormida por cualquier lugar.
Solloza durante unos instantes con la cara inmersa en un
pañuelo antiguo bordado, evidencia de su alcurnia
aristocrática extinta.
-¿Qué será de mí, tan rosada
princesa, tan amargada, con el vestido sucio y los bolsillos
colmados de sal?- protesta; protesta por su organismo imberbe,
protesta por su ropaje demodé, protesta por la decadencia
de su torre.
Nadie en el feudo vislumbra los problemas principescos; ninguno
goza del alma pura apta para desentrañarlos. Eso no
significa que estas tragedias sean triviales y de fácil
solución, por el contrario: una princesa encerrada en el
cuerpo tergiversado de una adolescente es la comedia de mayor
dramatismo universal; encima la infeliz mozuela sumergida hasta
la garganta en ese lago de inmundicias. Lo inferior de la
evolución había arribado a esos sitios.
-No se accede al centro si antes no se descascara la vida
ovoidal- dijo en tono calmo y no precipitado por tribulaciones
lacrimógenas.
Soltó sus cabellos largos y castaños. Se
derramaron las flores de madera, quedaron colgadas hasta su
cintura de reloj de arena. Los bucles se le adhirieron al
sonrosado cutis de sus mejillas y oscurecieron el alumbrado de
sus callejuelas fisonómicas. Se sacó los zapatitos
de seda solferina y se arrojó al mar de almohadones de
plumas que rugía sobre su lecho.
-Prefiero dormir descalza- es que la princesa hablaba con ella
misma, tan desnuda era su soledad que le intimidaba
acercársele.
En otro lugar muy lejano, en tierras santificadas por la
alegría y la civilización impuesta por la barbarie,
un príncipe requiere a la muchacha del desierto en su
departamento escondido tras la sombra de un rascacielos.
Intrépido y guiado por el amor, decide iniciar una
empresa para ir en su busca. Contrata varios señores
feudales y caballeros de la mesa cuadrada.
Luego de navegar días y noches, llega a destino. Corre
veloz por las praderas sin vegetación, sin fauna, sin
flora… todo embestido por el infame clima helado y
ventoso. Al fin la encuentra. La mira enamorado desde abajo de la
torre. Ella con los latidos saliéndosele por los
oídos apenas lo oye recitar un poema. Los silbidos de la
borrasca próxima la aturden. Se queja; se queja de los
harapos que viste, se queja de la tierra que se le entra por las
pupilas, se queja de la situación misma.
De repente ve que se apoya en su hombro el pájaro azul
que tanto había reclamado. Se enoja; se enoja por el
tiempo que la hizo esperar, por los gritos desaforados que
gastó llamándolo, porque tiene que optar por una de
las escapatorias.
El príncipe se acomoda en la aridez del suelo, no
comprende a la princesa caprichosa. Se arrepiente; se arrepiente
de haber ido arrebatado por un pueril sentimiento, de haberla
amado sin conocerla, de haber puesto su dedo en el mapa justo
donde crecen pastizales duros y habita un mujercita
histérica.
Convocó al pájaro; le solicita que lo haga subir a
la torre.
Una vez allí, la princesa corre a abrazarlo. Él le
tira el pelo. Acto seguido le clava sus dientes en el cuello
amoratado. Ella se desmaya por el nerviosismo y la dolencia.
La princesa no tenia huso, no obstante un príncipe de
colmillos afilados la hizo descansar al fin. De este modo, los
dramas principescos se agravaron durante los sueños de la
niña, pero ya no protestó, no se quejó ni
enojó. El príncipe feliz la cargó en sus
brazos y la trasladó a la gran ciudad, a su departamento
resguardado por las tinieblas de la civilización
salvaje.